Un cuento sufi (algo más sobre Poner Límites...)

Si Ud., como nosotros, trabaja sobre sí, alguna vez debe haber tenido que ponerse límites a sí mismo, ¿verdad? Porque vio que exigía de más a su cuerpo. Porque observó que invadía al otro, sobreprotegiéndole. Porque se pescó a sí mismo siendo demasiado demandante. Porque se cansó de dar de más a quien no le brindaba reciprocidad... Bien: hay personas que no han desarrollado aún esa habilidad madura de ponerse límites a sí mismas. Una Ley de Murphi (todas graciosas, por cierto) señala jocosamente un aspecto de este tema: "Haga dos veces un favor, y se convertirá en su obligación"; (¿le ha sucedido??) Cuando nos encontramos ante tal situación, si es necesario, tenemos que oficiar de "límite ortopédico" para el otro: dado que él mismo no se pone límite para con nosotros, seremos nosotros los responsables de establecer esa frontera. De no hacerlo... estaremos colaborando con el abusador! Justificándole, ejerciendo una seudo-"aceptación incondicional" (en verdad neurótica!) y reiterado un prematuro "perdón" a sus actos de abuso ("perdón" que nacerá de nuestras partes menos sanas, muy distinto del perdón que emerge de elaborar nuestros enojos y dolores, y que nos habilita para ejercer la potestad de que no nos vuelvan a herir en donde nos hirieron). Ambos partícipes vinculares desplegando un acuerdo tácito, altamente disfuncional...

Quizás el otro sea un abusador consumado y tenga mala entraña, de modo que ante el límite que Ud. le ponga reaccionará ofendiéndose, mostrando su cara oculta, y alejándose; bendito sea el repelente del límite entonces! En algunas tierras se dice: "A perro flaco no le faltan pulgas": cuando uno se ve a sí mismo con escaso autoaprecio (como perro flaco...) es usual que "se le prendan", cual pulgas, personas que le chupen la sangre... Pero si el "perro" se fortalece... las pulgas caen por sí mismas! El punto será, si eso nos pasa, mantenernos con esa fortaleza... para no volver a atraer personajes similares que nos manipulen y nos devíen el rumbo. Como dijo Sarmiento, -en ese caso, refiriéndose a los países que se dejan dominar por los gobiernos de otras naciones-: "El asunto no es cambiar de amo. El asunto es dejar de ser perro."

Pero si, en cambio, la persona a quien le ponemos límites tiene buen espíritu, tal vez pueda advertir, de corazón, lo que no alcanzaba a ver como actitud abusiva. Allí vendrá el que se haga cargo puntualmente, que pida disculpas, que se comprometa a no volver a abusar, y, si es necesario, a reparar lo que haya dañado. Cuando somos excesivos, muchas veces lo somos porque no nos damos cuenta. Necesitaremos entonces extrangerizarnos de nosotros mismos: vernos como desde afuera (nuestros hábitos, nuestra modalidad vincular, nuestros errores más propios...). Y, generalmente, cuando VEMOS de verdad, es como si nos quitáramos una venda de los ojos, y nos sorprendiéramos de no haber visto antes... También podemos no darnos cuenta de que estamos siendo abusados: hemos tomado como común lo que es en sí mismo una aberración vincular. Como decía el titular de un artículo sobre violencia doméstica: "Mi marido me pega lo normal". (¡¡ !!)

¿Cómo poner límites? No hay fórmula, claro está. Conversando, escribiendo una carta, dejando de hacer lo que siempre hicimos, iniciando acciones legales, pidiendo como clientes un libro de quejas, o diciendo simplemente NO (con un grito, con una sonrisa, o con la más fina elegancia), comunicando nuevas reglas de juego, o también, inclusive, actuando con humor, ironía y picardía. Aquí va un cuento sufi que nos habla de ese otro modo de poner límites a una situación de maltrato. Como tantas otras historias sufis, el protagonista es Nasrudín: a veces se lo pinta como un sabio, otras como un necio... y quizás como las dos cosas. Aquí lo tenemos como alguien lúcidamente aleccionador. Nos cuenta Idries Shah en su libro "Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín" (Ed. Paidós):

"Nasrudín fue a una casa de baños turcos. Como estaba pobremente vestido los dependientes le brindaron escasa atención, dándole desdeñosamente sólo un trocito de jabón y una toalla vieja.

Al salir, el Mulá les entregó como propina una valiosa moneda de oro a cada uno. Ni siquiera se había quejado de la atención, de modo que los empleados quedaron perplejos. ¿Podría ser , -se preguntaban-, que de haberlo tratado mejor les hubiera dejado una propina aun mayor?

A la semana siguiente volvió el Mulá. Esta vez, por supuesto, fue atendido como un rey. Después de que lo hubieron masajeado, perfumado y tratado con la mayor deferencia, antes de abandonar la casa de baños el Mulá le entregó a cada servidor la más ínfima moneda de cobre.

´Esto -les dijo- es por la vez pasada. Las monedas de oro fueron por lo de hoy.´ Y se alejó muy dignamente... "
http://pensamientosensible.blogspot.com/search/label/Algo%20m%C3%A1s%20sobre%20poner%20l%C3%ADmites%20(cuento%20sufi)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Madres Tóxicas

DECRETO PARA PEDIR ,Conny Méndez

Constelaciones familiares: Ejercicio para la adicción